domingo, 29 de enero de 2012

Cuanto más cambia todo, mas sigue siendo lo mismo

Cuando era chico tenia tanto miedo de todo. Tanta vergüenza que evitaba hacer cosas que me expusieran (para luego arrepentirme, obviamente). Terminaba siendo una patología innecesaria, ya que siempre fui transparente y mis sentimientos se desbordaban por fuera de mí.  Tantas veces me preguntaban en la escuela “¿te gusta fulanita de tal?”, viendo como mis ojos se iban tras la rubia cabellera de una princesita.”¡No!” respondía yo con prisas, como queriendo cubrir un peñasco con un pañuelo. Luego vino la adolescencia y todo fue más difícil. Seguía siendo muy infantil, muy mimado, los castillos en el aire que erguía mi cabeza no me permitían obrar con mayor sabiduría en la realidad, o al menos, con mayor perspicacia. Las ganas de ser notado estaban estallando de mi ser como bengalas, pero completamente mal encausadas. Y dios sabe que la gente disfruta de la crítica a todo aquello que es notoriamente cuestionable, los argumentos son lo de menos.
 

Ante circunstancias de este estilo tenés al menos dos caminos:
 

Uno es encerrarte, aprender a callar, moderar los impulsos con la esperanza de no ser vulnerable, y sobre todo, disfrutar de la seguridad que te brinda el tener a resguardo tus emociones, ya sea de un bravucón que quiere verte temblar, o del amor de tu vida que se niega a corresponderte.
 

El otro camino es la negación
“¡si la gente no me quiere se vaya a la mierda!” “este soy yo, quiéreme así o piérdete” ¿les suena familiar?
Yo no tengo vergüenza en asumir que tome parte de los dos caminos. Según la necesidad, opere con la conducta que me dejaba mejor parado, porque ¿de eso se trata no? No necesitas entender al otro cuando tan solo podes tener la razón. Pero tristemente hay momentos en los que los argumentos ajenos son más fuertes que la verdad que te repetís una y mil veces en tu cabeza.
 

¡Y entonces estallas al mundo!
 

Te metes en una pelea contra alguien a quien no le podes ganar, porque es más satisfactorio volver con moretones que inventar una excusa para justificar tu miedo.
 

Le decís  a quien te rechazo lo estúpida que es, porque las palabras despechadas no quitan que cada uno de los errores que le señalas sean verdad.
 

Mandas al cuerno a tus progenitores y te vas de casa, no una, ¡tres veces! Todo para que se lo piensen mejor antes de decirte de nuevo “yo tengo RAZON, si no te gusta ándate”
 

… y luego te dodo eso, respiras, ¡y se siente tan JODIDAMENTE BIEN!
 

Porque no es que no tengas miedo, en el fondo seguís aterrado, completamente vulnerable y confuso, pero al menos ahora podes devolver el golpe. Sin excusas, sin mentiras, sin autocomplacencia. ¿Odias a alguien? se lo decís ¿queres a alguien? Buscas que lo sepa (salvo algunas excepciones justificadas), evitas cualquier cosa que no te haga sentir autentico, incluso ocultar tus equivocaciones. 

Pero tarde o temprano toda esta vorágine reactiva se convierte en adicción. Te volves  despótico con los juicios hacia los demás, no les perdonas sus fallas, sus secretos, sus silencios. Buscas que todo sea cristalino ante tus ojos, aun cuando tu interior es horriblemente turbio y enmarañado, y a la larga, muy a la larga…   fallas.
 

Llevas todo tan hacia los extremos, que te volves asfixiante, insoportable, y aun cuando en el fondo queres volver a aquello de “este soy yo, quiéreme así o piérdete”, no podes, porque en el fondo te duele horrible estar solo.  Buscas remediar lo que podes, flexibilizarte, disculparte por lo que te corresponde, y tratar bajo todos los medios de que los otros vean cuanto te cuesta mantener tus códigos. Aquello que una vez fue tu libertad, hoy solo es otro yugo, y cada vez se te hace más difícil de llevar, pero es el precio de sentir que haces las cosas bien.
 

Y al pasar los años, todo es extrañamente igual y a la vez diferente.
 

Ganaste una voz y un criterio para manifestar lo que pensas (aun sobre el silencio de los otros), pero tus pasiones siguen colándose desde el interior, incandescentes y todavía no muy bien encausadas, exigiendo aprobación de un público más adulto pero igual de critico.
 

Tus amores siguen dándote la espalda, ahora no por su negligencia a amarte, sino por su incapacidad de colmar tus expectativas.
 

Y las peleas ya ni siquiera son lo que eran. Llegado cierto momento de tu vida, sangraste todo  lo que te hacía falta y tenes hasta tus propias anécdotas de calabozo. El miedo ya no es a la confrontación sino a estar equivocado, a explotar por cosas que no lo ameritan, a pasar de ser un santurrón a un brabucón altanero.
 

Para terminar solo puedo agregar que estoy cansado…
Es muy difícil satisfacerse a uno mismo sin tener roces con el mundo, pero vivo en él y quiero a muchos de los que en él habitan, así que no tengo más opción.
 

… y aun así, prefiero mil veces estar desnudo a cubrirme el corazón con una armadura
Alguien ahí afuera sabe a lo que me refiero ;)