lunes, 27 de junio de 2011

Sobre los menores,la imputabilidad,la objetividad y otras cosas mas...

Desde que  tengo uso de razón recuerdo mirar por una de las ventanas de mi casa y ver un enorme asentamiento lleno de personas de bajos recursos. En este mismo Blog, hace ya un tiempo, subí  tres fotos destinadas a una premisa impuesta por la facultad. Una de ellas muestra una ventana con barrotes  por las que se vislumbra dicho asentamiento.  Las razones de que esos barrotes estén allí resultan un tanto obvias, pero las derivaciones que pueden surgir, a partir del análisis de esa foto, son más extensas y menos precisas. Sobre todo por los acontecimientos sociopolíticos que vivimos en estos días (léase: Ley de Imputabilidad y otras).

Como dije antes, yo crecí en este vecindario, rodeado por gente de un estrato socioeconómico más bajo (¿termino políticamente correcto?), tuve la suerte de llevarme bien con la mayoría de estas personas, en parte gracias a las enseñanzas de mi madre, quien proviene de un origen bastante humilde en este mismo barrio. Disfrute con ellos de uno que otro picadito en la canchita del barrio, y aprendí a no poner cara de asquito cada vez que me pedían un vaso de agua. Básicamente, supe ser un niño de clase media que asimiló un poco de humildad. Sin embargo, eso no quita que tuviera miles de sustos. Varias veces se me dijo “venirte para dentro” cuando algún personaje con mala reputación asechaba por los alrededores, y más de una vez me aconsejaron “si vuelven tarde vénganse todos juntos”. No creo que nadie encuentre extraño nada de esto, después de todo, son los típicos dichos de padres protegiendo a sus hijos. Al pasar los años todo el barrio cambio, muchos de esos chicos que conocí fueron desapareciendo, algunos terminaron presos, algunos encaminaron sus vidas a un porvenir mucho mejor, y otros…  quien sabe. Pase de ser el protegido a ser el protector, yendo a buscar a mi madre a la parada del ómnibus y alcanzándole el gas de pimienta cada vez que no podía acompañarla. Termine contemplando los picaditos de una nueva generación de estos niños, bastante más audaces que los de mis épocas, y sin duda con menos empatía hacia mi persona. Comencé a experimentar aquellas situaciones que antes solo encaraba mi padre, esas que empiezan con una pequeñez pero que entrelineas vislumbran muchas cosas.


-“chicos por favor, queremos dormir la siesta, no golpeen la pelota contra la ventana, o vayan a jugar a otro lado”


-“yo no fui señor, fue él!!”


-“no importa quien fue, por favor jueguen en otro lado”


-“uuuuuhhhh, por qué?”


-“porque yo no voy a tu casa a molestar cuando estas durmiendo, por eso”


Esta clase de pláticas terminaba de variadas formas. Algunas veces con un silencio de su parte y la aceptación del pedido, otras con una seguidilla de provocaciones que forzaban la salida de improperios. En varias de estas situaciones puede ver el resentimiento en sus ojos, esa mirada que parece decir “vos me molestas porque sos mas grande que yo”, “a vos no te importa nada de mi porque vivís mejor que yo”, ”vos me discriminas!!”


Quisiera creer que este desencuentro de pensamientos es exclusivo de los menores pero lamentablemente no es así.


“si te echan rómpele los vidrios a piedrazos” oí gritarle una madre a su hijo, en una de tantas ocasiones. Este tipo de choques son los que me llevaron a una extensa meditación sobre en qué lugar está parado uno, y que tiene y no tiene derecho a hacer (peligrosa elección de palabras, pero que le vamos a hacer).

Cuando uno sale a dar una recorrida por Carrasco y zonas aledañas muchas veces no puede evitar quedar impresionado por el despliegue de ciertos lujos que escapan a la realidad en que uno vive. Si bien uno no conoce quienes son las personas que habitan esas casas y conducen esos autos, muchas veces termina cuestionando el origen de esos lujos y cuanto se lo merecen sus propietarios.  Empieza con algo tan simple como una bandera de un partido tradicional colgando en la ventana, luego uno ve la marca del coche, las dimensiones de la casa y casi sin darse cuenta termina con un “que ricacho hijo de put@” en la boca, es casi inevitable. ¿Qué estoy generalizando con mi ejemplo? ¡Sin dudas! Pero esperen, que aun tengo más material para que critiquen mis elucubraciones.

Lo que trato de decir es que la crítica social es inherente al género humano, que si bien hay diferencias todas parten de la incapacidad de conectarse con la realidad del otro. Es una ecuación que se magnifica proporcionalmente por el entorno y la educación recibida.


Hasta aquí todas mis palabras solo flotan en la superficie, no hay nada más fácil de hacer que hablar con una supuesta objetividad, llenarse la boca de conceptos fríos y analizarlos desde una atalaya intelectual. Mejor hablemos de las emociones, de lo que sentimos en ese momento particular cuando nos agreden y despojan de algo que nos pertenece. Hace quizás tres años volví de trabajar  y encontré a mi madre magullada y empapada en lágrimas, le habían robado la cartera a punta de navaja y ella se había resistido. Es una mujer de cincuenta y seis años que ha trabajado toda su vida, tiene unas virtudes únicas y, a mi entender, todo el derecho de darle valor a sus posesiones. Digo esto porque tiempo después, durante una charla con compañeros de clase, estos cuestionaron la defensa de los objetos materiales.  “La vida es lo más importante”, una frase sabia que sabe a basura cuando al que roban es a uno. No me malinterpreten, no soy la clase de persona que ante una situación determinada toma la posición contraria como forma de alegar indignación. Si esa fuese mi mentalidad, criticaría a todas las mujeres solo porque algunas me han roto el corazón, o avalaría todo lo mal que se habla de los judíos solo porque conozco a algunos de ellos que practican negocios deshonestos. Aquello de “hay que matarlos a todos“ me parece una barbaridad a mi también, pero tratar de aconsejarme con trillados discursos sobre igualdad termina siendo, a mi entender, una medida ineficaz.

En mayor o menor medida todos nos envilecemos un poco con el correr de los años, Yo también he cambiado mis palabras de respeto por expresiones tajantes y directas, he olvidado el lenguaje políticamente correcto y utilizado calificativos denigrantes casi por reflejo. He tenido trifulcas y encontronazos que podría haber evitado con solo bajar la cabeza, sin embargo, no lo hice. ¿La razón? Cansancio. Si cualquier sociólogo puede entender la desgastante rutina que lleva a ciertas personas pobres a comportarse como animales, también puede comprender como la rutina lleva a las personas de clase media a convertirse en seres insensibles. Los discursos conciliadores son muy bonitos pero no ofrecen una solución real. Incluso son la misma clase de palabras que usa la gente para justificar su temor. “no, no hay que meterse, mira si va armado!” De las tres veces (o más) que robaron a mi madre, en todas los vecinos aparecieron luego que el ladrón se fue, todos siempre diciendo “huy sí, yo vi que te iban a robar” nunca siquiera llamaron a la policía o soltaron un grito de alerta a tiempo.


Me molesta la gente que repara en criticarte el término “Pichi” cuando nunca vivieron a tu lado y presenciaron tu rutina de vida. No te ven ser tolerante con aquellos que tiran constantes hondazos a tu ventana, no te ayudan cuando salís en chancletas un sábado por la tarde para apagar el fuego que unos niños encendieron en un árbol por mera diversión, no están allí para brindarles el consejo que esos menores necesitan y tener que tolerar su indiferencia. Ellos nunca estuvieron ahí cuando mi padre y yo llevamos a una niña herida y sus padres al sanatorio más cercano. No ayudaron con ropa o alimentos a una persona y tuvieron que al tiempo explicarle que no había más que pudiésemos darle. No, ellos solo reparan en corregir cosas tan triviales como tu léxico, o en tomar literalmente cada manifestación de tu frustración.


Por si les queda alguna duda, yo NO estoy a favor de que menores vayan a prisión, no creo que esa sea una real solución al problema. Lo que también creo es que, entre tanto discurso y parafernalia, la gente pierde la esencia del asunto.


Hay millones de personas allá afuera que se esfuerzan verdaderamente por conseguir modificar la realidad social, que dictan clases en escuelas precarias y tratan de enseñarles a los niños a ser algo más que lo que son sus padres. Esas personas son minoría. Si hubiera algo de verdadera voluntad en nosotros  estaríamos a su lado ayudando, en vez de edulcorarnos con pomposos discursos de internet. 

Nada me gustaría más que hacer sonar más fraternas mis palabras, odio leerme a mí mismo y sentir esa distancia. Verdaderamente no creo que exista el  “nosotros y ellos”, pero tristemente no encuentro modo de plantear este pensamiento de forma más halagüeña.

3 comentarios:

091hermannsilvana dijo...

Muy buena reflexión, Guille. Es un tema que me causa sentimientos encontrados. Porque me siento impotente frente a la situación, porque me robaron más de una vez y desde la última, salgo a la calle atemorizada, porque siento miedo cada vez que mis hijos salen, porque no me gusta vivir atemorizada y con rabia y pena, intentando justificar hechos agresivos,quizás, como vos decís, "porque es políticamente correcto". Tampoco creo que la solución pase por bajar la edad de imputabilidad. Pero sí que se intente reeducar y a los menores delincuentes (sí, delincuentes) y reinsertarlos en un sistema que hoy parece no querer darles cabida, o a lo mejor, sea conveniente que existan.

040colassopilar dijo...

¡UY, QUÉ TEMA!
Esto salió mucho cuando hicimos el trabajo de las fotos, no? Junto con el compromiso social y no-se-qué-cuernos.
Yo tampoco estoy de acuerdo con la baja de edad de imputabilidad. Pero simplemente porque estoy convencida de que en este país el sistema de rehabilitación no existe (no se si existió alguna vez). Por el contrario, las cárceles y centros de reclusión son escuelas de malandras. Hay que zarparse mucho ahí dentro, hay que hacerse respetar mediante el miedo. Es decir, el resultado es el opuesto al que se busca y ni hablar de como funcionan las penitenciarías y los corruptos que las manejan.
Se acuerdan del tema en la cárcel de Rocha? bueno...los mismos que protestaron y denunciaron sobre le hacinamiento y las malas condiciones, son los que sustentan la idea de meter a todos los pibes que deliquen a la cárcel.

Lady Nany dijo...

Al fin encuentro a alguien que alguna vez sintió lo que a mi me pasa a diario! Es injusto, no molestas a nadie pero siempre hay alguien que te tira una pierda a la ventana, o al techo, o al perro, o vos mismo. No estoy de acuerdo tampoco con bajar la edad de imputabilidad, eso tiene sus pro y sus contras, por ejemplo, tengo 21 años y mi generación es tán incapaz (no todos pero un %90) que están en el cuarto oscuro y todavía no saben q quien votar,o a que votar. Iaginense eso mismo pero a los 16 años! O seguramente calcularon que la baja de imputabilidad no les permitia ese derecho?? Si señores, los considerarían mayores de edad. Lo que para mi sería un alivio xq muchas veces me contengo para no darles con un palo, pero si la ley me lo permitiera....
Por otro lado, el año pasado saliendo de facultad un plancha de no mas de 1,20 y 13 años de edad me apretó contra una pared mientras iba caminando con intención de robarme, (mi reaccion no fue de entregar y salir corriendo). Lo miro como diciendo "esto es un chiste" y lo ataco literalmente, el plancha cae y yo le digo: Si querés robar, andá a la casa de un politico. El pobre pichi me quedó mirando desconsertado, jamás pensó que lo fuera a confrontar y esa es la actitud que de aquí en más muchas personas están tomando para impedir que otros se lleven lo que uno con tanto esfuerzo consigue dignamente. Tampoco es una solución porque la gente muere a causa de esto, pero si no hicieramos nada les dariamos pase libre para que sigan impunes caminando tranquilamente por las calles mientras nosotros nos encerramos en nuestras casas. De los cuatro años que llevo viajando y viviendo en montevideo ningún plancha a logrado quitarme lo que es mio!